Parece chiste, pero no lo es. La revolución laboral más inesperada del año no ocurrió en fábricas ni oficinas. Ocurrió entre aros de luz, filtros de belleza y hashtags patrocinados. Un grupo de influencers australianos ha decidido que ya tuvo suficiente de ser “incomprendido” y ha formado un sindicato. ¿Su lema? Glitter, respeto y vacaciones pagadas.
El movimiento está liderado por Verónica B, una tiktoker famosa por sus tutoriales de maquillaje, bailes sincronizados y… ahora también, por encabezar una protesta digital. Durante los Sydney TikTok Awards 2024, Verónica llegó en un Rolls Royce y declaró que ser influencer “es un trabajo duro”, lo cual, claramente, no cayó bien en internet, ese lugar donde todo el mundo es comprensivo y nadie juzga jamás.
Pero en vez de disculparse o hacer un video llorando con fondo musical emocional, Verónica fue más allá: fundó un sindicato. Así, nació la Unión de Influencers de Australia, una entidad que exige que se reconozca la influencia… como profesión formal, claro.
Entre los reclamos oficiales:
Ser considerados trabajadores reales, aunque su oficina sea una habitación decorada con luces LED.
Tener seguro médico y vacaciones pagadas, por el agotador esfuerzo de grabar un “haul” de ropa desde Bali.
Tarifas mínimas para campañas con marcas. Porque si vas a promocionar pasta dental con escarcha, al menos que pague bien.
Y, lo más importante: respeto. De ese que no se compra con seguidores.
“¿Cómo sabrías qué ponerte si yo no te lo digo?”
La declaración de guerra (digital) vino con una frase que pasará a la historia del sindicalismo posmoderno:
“Sin nosotres, no sabrían qué ponerse ni qué restaurante probar”.
Palabras que probablemente harían girar en su tumba a Marx, Engels y probablemente también a Steve Jobs.
Y sí, hay amenaza real: una huelga digital. Imaginen un día sin videos de “prepárate conmigo”, sin reseñas de restaurantes trendy, sin filtros de perro. El apocalipsis millennial.
Mientras tanto, las redes arden con reacciones que van desde la burla hasta la duda existencial. Algunos apoyan la idea. Otros proponen contraatacar con una huelga de scroll. Pero lo cierto es que el glitter ya fue derramado, y nadie parece tener un trapito a mano.